La vieja zorra
La vieja zorra descansaba apoyando la cabeza sobre su espesa cola, que hacía las veces de almohada. Su nieto menor entró en la madriguera, deseaba escuchar sus historias, llenas de sabiduría.
-¡Hola, abuelita!
-Siéntate. ¿Has cazado algo esta semana?
-No, abuelita, no lo consigo. Padre y hermanos traen algo todos los días, pero yo, por más que lo intento…nada -dijo con tristeza-. Entreno continuamente, cada vez corro más rápido, los saltos que doy son más largos…
-¡Jajaja! -interrumpió la abuela-. Te voy a contar cómo tu abuelo le robó una pieza a un cazador. Salió como cada mañana en busca de una presa para darnos de comer. De repente oyó un disparo y vio correr a una liebre. Detrás de ella corría un hombre con una escopeta en la mano. Así que tu abuelo trazó un plan. Se disfrazó con piel de oveja, se acercó al lugar despacio, evitando hacer ruido. La liebre estaba escondida en un matorral, y él lanzó unas piedras lejos para despistar al cazador. Cuando éste se hubo marchado se lanzó sobre el animal y lo capturó.
-¡Vaya! ¡Qué listo!
—Recuerda que astucia de zorro es mejor que olfato de buen cazador.
Elvira
Elvira tomó una resolución, salió de la habitación sin detenerse ante las advertencias de su ama de llaves. Con sus apenas catorce años, era una joven ardorosa y valiente. A toda prisa cruzó el castillo, la seguridad de sus pasos llamó la atención de un sirviente. Sólo se detuvo un momento para coger su capa roja y se dirigió sin titubear hacia las cuadras. Mandó ensillar su caballo ante el asombro de los mozos. Al atravesar el patio de armas las miradas de todos se volvieron hacia ella. Pasó el puente levadizo a toda velocidad y se adentró en el bosque. No tenía miedo a la leyenda, allí no habitaba ningún ser con poderes sobrenaturales que matara caballeros y secuestrara damas. Cabalgó durante un largo rato buscando el camino que conducía a la ciudad. Ante un ruido extraño se detuvo, se volvió y su rostro palideció, sus cejas se arquearon, los ojos parecían entrar en órbita, abrió la boca desmesuradamente…
-Cambia el canal que esta película ya la hemos visto -dijo Antonio a su mujer que sostenía el mando en sus manos.
Lucía así lo hizo y la joven con un clic desapareció de su vista.
Mujer fuerte
Aurora rezaba despacio, saboreando cada palabra. Quería despedirse de su amada iglesia con calma, allí había bautizado a sus tres hijos, les había visto hacer la Primera Comunión y a dos de ellos casarse. Paseaba por las naves al compás de sus avemarías, mientras le venían a la memoria aquellos recuerdos tan felices.
Cuando abandonó la iglesia, comenzó a caminar por las calles del pueblo por última vez. Pasó por delante de la casa de su amiga Lola, fallecida apenas hace un año, estaba cerrada a cal y canto; más adelante la casa más pintoresca del pueblo convertida en hostal, siempre repleto de turistas, pues el pueblo, lleno de encanto, no paraba de atraer a gente de todas partes. Ya lo decían sus habitantes: “Mi pueblo es el mejor”.
Al pasar por delante del bar de Manolo lo saludó de lejos, alzando la mano, pues no quería hacer más doloroso el adiós. Ya sabía que marchaba a la ciudad con su hija, pues a su edad y con sus achaques no podía seguir viviendo sola.
Aurora no quería dramas, enfrentaba su nueva etapa con toda la ilusión que podía, no quería victimarse, no era una pobrecita anciana, era una mujer fuerte.
La araña
Guille, un niño de siete años, contemplaba absorto una araña que se devanaba en hacer su tela entre unos matorrales del jardín de su casa.
—Guille, ¿qué haces ahí? —preguntó de repente su hermano Mario, menor que él tres años, que se acercaba a él tan rápido como sus piernas le permitían.
—¿Ves esta araña? —contestó Guille a su vez con una pregunta mientras la señalaba—. Está haciendo una tela para cazar insectos.
—¿Y para qué? —preguntó Mario extrañado.
—Para devorarlos… y comérselos… —explicaba el hermano mayor con gestos dramáticos.
—¡Ah! ¡Pobres insectos! —dijo Mario desconsolado.
—No, porque cuando cae uno viene un ejército de abejas para salvarlo.
—¿De abejas?
—Sí, con espadas y escudos. ¡Zas! ¡Zas! —Guille movía en el aire sus brazos a manera de un soldado en plena batalla.
—¿Y qué hace la araña? —preguntó Mario deseoso de saber.
—Se vuelve a su guarida, saca una bola de cristal…
—Guille, Mario… a merendar —se oyó decir a una voz no muy lejana.
Mario se puso de pie de un salto.
—Mamá nos llama, vamos. —Pisó la araña con resolución y marchó.
—Mario siempre lo estropea todo —dijo Guille apretándose los dientes.