El viento y el copo de nieve

Este mes vengo con un cuento navideño, espero que guste a pequeños y grandes.

El viento paseaba por la tierra como cada noche. A veces es bravo e iracundo, otras ligero y alegra a pequeños y grandes. En ocasiones se transforma en una suave brisa y acaricia a las olas del mar, en otras revuelve las hojas caídas en el suelo y juega con ellas. Pero esta vez sentía en su interior una calma y una paz distintas, algo que no sabía explicar.

—Voy a recorrer la tierra para averiguar qué sucede —se dijo.

El viento se encontró con un lobo y le preguntó:

—¿Qué tal estás, lobo? ¿Notas algo diferente esta noche?

—Sí, no quiero aullar enfurecido, ni mostrar mis dientes apretados con una sonrisa maligna. Quiero cantar y bailar, como si algo extraño en mí hubiese cambiado mi esencia. Hoy los ciervos son mis amigos, habitaré con el cordero, danzaré con el cabrito, la luna nos contemplará y nos mecerá.

El viento marchó y topó con una ardilla:

—¡Hola, ardilla! ¿Dónde vas tan ligera? Es de noche.

—Ya, pero esta noche es peculiar. Ardo en deseos de saltar y brincar, de árbol en árbol, de recorrer bosques y montes. Nunca antes he tenido tanta agilidad, es como si no sintiera la gravedad.

El viento se acercó a un pino:

—Tus ramas parecen tocar el firmamento.

—He conseguido enderezarlas, ellas mismas se han elevado en una audaz carrera, como si de una competición se tratara. La savia corría por mis venas con admirable presteza y han aumentado mis ganas de vivir. El cielo me parece más cerca, su bóveda me abraza como nunca lo ha hecho.

El viento siguió su camino, atravesó muchos lugares de la tierra: mares, ríos, lagos, bosques, montañas… Habló con todos sus habitantes y cada uno de ellos contaba lo mismo. Experimentaban como una nueva creación, en la que no había ningún tipo de flaqueza, ni daño alguno se percibía, todos convivían con gran familiaridad.

En su viaje se encontró con un copo de nieve.

—¡Hola, copo de nieve! ¿Dónde vas?

—Voy a Belén, a ver al Niño Recién Nacido.

—¿Al Niño Recién Nacido? ¿Quién es tal Niño?

—¿No conoces las Escrituras? Cuando Dios expulsó a Adán y Eva del Paraíso prometió un Salvador…el Mesías. Y ese Mesías ha nacido hoy.

—¡Entonces es por eso que el mundo parece recién creado! —exclamó el viento totalmente arrobado—. ¡Y la naturaleza está exultante de alegría!

—Ha nacido el Rey de toda la creación y el cosmos se presenta fresco y lozano.

—Yo también quiero ir a conocer a Nuestro Rey. ¿Y es seguro que está en Belén?

—¡Claro! Así está escrito: “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”.

—Te acompaño.

—Está bien, contigo iré más rápido.

El viento comenzó a soplar y elevó al copo de nieve a una altura que no conocía.

—Vamos viento, más fuerte… más fuerte —decía el copo de nieve con gran entusiasmo—. ¡Uuuuh! ¡Nunca he volado tan alto!

El viento sonreía y elevaba a su compañero aún más.

—¡Jajaja! ¡Siento cosquillas!

A medida que se acercaban al lugar, el copo de nieve advertía cómo su corazón palpitaba a mayor velocidad.

—¡Allí está Belén! —gritó el copo de nieve, y el júbilo refluía en sus entrañas.

El viento buscó un sitio donde dejar a su amigo.

—Te voy a bajar muy despacio. —El viento posó al copo de nieve con suavidad sobre una roca—. Ahora hay que descubrir dónde está el Niño.

—Si es el Rey de reyes estará en un palacio.

El viento paseó por el lugar sin encontrar palacio alguno, pero vio una cueva llena de luz. Se acercó como una tenue brisa y observó a sus moradores. Un hombre se afanaba en poner un poco de orden, su rostro transmitía una serenidad indecible. Una mula descansaba en un rincón de la gruta, se diría que había hecho un largo viaje. Un buey daba calor con su aliento, sus grandes ojos se fijaban en la Bella Señora que estaba sentada junto a un pesebre, donde yacía el Niño más Hermoso que ningún ojo pudo ver.

—¡Lo encontré! —Exclamó el viento casi en un grito, y sintió de nuevo que su interior se renovaba. Volvió junto al copo de nieve, ahora era su corazón el que palpitaba acelerado.

—¡Copo de nieve! ¡Lo he encontrado! ¡He encontrado al Niño Dios!

—¡Qué alegría! ¿Dónde está? Quiero verlo.

—No creo que te sea posible.

—¿Por qué? — inquirió el copo de nieve con extrañeza.

—Porque te derretirías nada más acercarte. El Niño es un horno de Amor ardiente.

—Por eso mismo quiero ir, para adorarlo.

—No sobrevivirías, tal es el fuego que emana.

—¿Y para qué quiero vivir sin Él? ¿Sin poder admirarlo y contemplarlo? Eso no es vivir. ¿Para qué he nacido si no? ¿Qué mejor manera de entregar la vida que fundirme con mi Creador y Salvador?

El viento quedó convencido, aunque le entristecía la idea. Sin embargo reconocía en la actitud del copo de nieve un gran amor y una extraordinaria vehemencia. Tomó sobre sí al copo de nieve con la mayor delicadeza que pudo. Lo llevó en volandas, sus latidos se unían a los de su amigo, que aumentaban a medida que se acercaban al portal.

—Allí está. ¿Lo ves, copo de nieve?

—Sí, déjame bien cerca.

El viento penetró de nuevo en la gruta como un suave céfiro, hizo un intento de depositar al copo de nieve a los pies del pesebre, pero él dio un salto y se posó sobre el pecho del Niño. No podía ser más feliz, por fin tenía delante de sí a Aquel que lo había creado, que lo había amado, que le había dado un lugar en el universo. Su deseo quedó sobradamente colmado, su corazón ya no parecía estallar, ahora comenzaba a experimentar una suspensión de todos sus sentidos, había alcanzado la plenitud de su ser.

Mientras se derretía de amor, el viento observaba la escena con entrañable admiración y se dijo:

—Recorreré la tierra entera para contar cuanto en esta noche ha sucedido. Hoy se cumplen las escrituras:

“Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo.”

Marchó maravillado y comenzó a anunciar a cuantos encontraba:

—Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.

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